El silencio de la noche

Casi un año sin escribir y auqí estoy de nuevo…
No puedo evitar mirar hacia atrás y sentir una enorme tristeza, del paso del tiempo, de lo que era y deja de ser, lo que un día lo era todo y ahora no es más que un buen recuerdo o simplemente un recuerdo. Se me empañan los ojos al pensar en lo que vamos dejando atrás. Aún recuerdo el primer día de universidad cuando mi madre me llevó en coche a la Autónoma; me temblaban las piernas y el corazón se me salía del pecho. Estaba muerta de miedo y no sabía a lo que me iba a encontrar. Me daba miedo no hacer amigos, no ser capaz de aprobar las asignaturas o equivocarme de camino… Ahora tengo una carrera, buenos amigos con los que contar y sólo un suspenso en mi expediente…al final si que fui capaz.
Que difícil se me hace asimilar el paso del tiempo, admitir que las etapas pasan y las personas cambian. Me inunda la nostalgia al pensar en los domingos de cole, en los días que nevaba y me quedaba en casa, en las meriendas en el Mc Donald´s los miércoles de cada semana, el verano de trabajo para pagarme el carné, en las mañanas de camino a la autónoma, primero con mi madre y después sola, en las comidas en casa de Luis, en las noches de élite, en los días de manos frías y de segundas, en las mañanas de camino a Torre Picasso y los desayunos en Vips, el curso de contabilidad, el último año de carrera y todo lo que un día ha sido importante y ahora es solo un recuerdo.
Ahora otra etapa se abre ante mi y la verdad, también tengo miedo. Leti se va un año a Bourdeaux y yo primero a Santa Bárbara y después a Lichester. Dejo aquí mi casa, mis cosas, mi familia, mis amigos, mi rutina… me desprendo de lo que ahora soy para ser otra. Siempre seré yo pero con matizaciones y no se por que intuyo que este año me va a cambiar bastante. En parte me va a venir bien ver el mundo, lo que realmente importa y despegarme de mi, aunque no puedo evitar sentir un nudo en el estómago al pensar que me voy a perder las tardes de invierno, de chimenea y manta sentada en el sofá al lado de mi madre viendo la televisión. Las comidas de los domingos en la bodega, mi cama y mi edredón y todo lo que es mi vida invernal con los míos en Madrid. Pensar que voy a cambiar todo esto por estar sola en una ciudad desconocida, con gente desconocida y en una casa desconocida me da un poco de miedo, inquietud. Nuevos cambios, nuevas etapas, nuevos retos que llevo tiempo intentando lograr y soy incapaz de hacerlo.
Tengo ganas de hacerme fuerte, de no ser la niña sensible a la que se le empañan los ojos a la primera de cambio, a la que todo le afecta y la cuesta aceptar la realidad, aceptarse a si misma y no mirar atrás. Me gustaría poder dejar de esperar cosas de la gente para sorprenderme con los detalles y no decepcionarme con su ausencia y sobre todo me gustaría dejar de ser tan exigente con mi madre a la que adoro, quizá por ello reclamo tanto su atención y acuso tanto la ausencia de ella.
Una noche más despierta desde las 4 de la mañana. María ya abre su puerta para irse a trabajar, Katy recoge algunos platos de la cocina y a mi me ha sorprendido el amanecer con el ordenador entre las manos y las mejillas húmedas. Todo apunta a que va a ser un día sensible. Quizá esta noche duerma.
