Solsticio

Es curioso, es en los momentos en los que menos acceso tienes a un teclado cuando te sientes más capaz y con mayor fluidez mental para expresar todo lo que pasa por tu mente, en esos momentos, desearías tener el ordenador delante y la rapidez necesaria para poder escribir todo aquello que pasa por tu mente exactamente como lo estas pensando, al menos eso me pasa a mi en algunas ocasiones, cuando la música, el entorno o algún otro estimulante me aporta la inspiración precisa para percibir y describir situaciones que en ocasiones se nos escapan de las manos. Y no solo situaciones, sino también sentimientos, la explicación al amor y al desamor, cómo simplemente a raíz de pensamientos y fantasías es capaz de erizarse hasta el último pelo de nuestro cuerpo y somos capaces de sentir frió aunque estemos rodeados de calor. Sentimientos, al fin y al cabo es por ellos por los que nos movemos. Cualquier gesto hacia el otro tiene como soporte un sentimiento, de apatía, amistada, rechazo, atracción. Aunque actuamos de forma inconsciente nuestros actos son capaces de expresar mucho mas de lo que creemos; en parte, todos somos algo transparentes ante unos ojos que sepan ver. Pues de eso se trata, de vernos los unos a los otros y a raíz de lo observado decidir si te gusta, si te merece la pena esa persona, esa amistas, o por el contrario la balanza se cae por su propio peso.
Lo triste llega con la equivocación, es un riesgo muy común al que estamos expuestos, cuando crees tener una idea de cómo es alguien para luego descubrir que no es así, que la cara que conocías era la cara oculta de una persona que pocas veces se atreve a mostrar, y que si tienes la suerte, o falta de ella de conocerla inevitablemente llegará la decepción, la asimilación y la distancia. Vacío y desorientación, eso siento yo cuando creo conocer bien a una persona para descubrir que no es verdad, que los momentos de complicidad y las miradas que hacían las palabras innecesarias eran provocadas inconsciente e ingenuamente por una o ambas partes y que ese ideal que creías conocer era demasiado perfecto para ser real. Aunque el hecho de que se desenvolviera en un aparente realismo sincero y poco habitual lo hace aún mas patético.
Ayer paseando por tierras andaluzas con música que parecía decir más de lo que en un principio expresaba y en un final carecía, podía disfrutar de esos momentos en los que no deseas estar en ningún otro sitio ni con ninguna compañía, sólo tu, la música y el sol que cada segundo se acercaba más al horizonte, teñía de añil todas las casas blancas de pueblo, primero desde las alturas, iluminándolas y aportándolas ese color cálido, templado, acercándose lentamente a ellas ganando terreno al azul rojizo que todavía separaba el horizonte de la estrella que lo acechaba a gran velocidad; yo desde un camino de tierra, lejos, no podía para de mirar, no quería retirar ni un solo segundo la mirada para no perder cada milímetro que ganaba, era como un imán, en seguida te cuesta apreciar con facilidad si sigues viendo la totalidad de la esfera o parte de ella se esconde detrás de esas montañas que delimitan el horizonte. Lenta pero ininterrumpidamente se empieza a deslizar, perdiendo terreno los colores rojizos y ocres y ganándolo el azul grisáceo del atardecer. Al fin, los últimos segundos, cuando sabes que en unos instantes desaparecerá por completo, justo en ese momento, cuando una lámina finísima es lo que queda del sol de un día más, otro día que se nos escapa de las manos casi sin darnos cuenta. Es entonces cuando vuelve ese gran dilema, “el tiempo” responsable de muchas comeduras de cabeza y de muchas teorías sin asentar, nuestro aliado y nuestro enemigo, el que hace que la vida tenga sentido y el que nos la va quitando. Recuerdo también ese atardecer en el punto más alto de Verona, donde la explosión de colores, el magnetismo y magia del entorno, la compañía, inmortalizaron un momento imposible de olvidar aunque quisiera. También París, una ciudad mágica sin duda y pronto los de Baiona, Zahara, y quién sabe…
