miércoles, abril 05, 2006

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Vidas que empiezan y que acaban, días lluviosos y de pleno sol, una sonrisa y unas cuantas lágrimas, olvidar y volver a recordar, un agujero en el estómago y la fuerza para seguir adelante. Cosas que no se pueden remediar, una muerte, lo físico se convierte en recuerdo, y el recuerdo en puñales que te desgarran por dentro.
Silencio y los primeros grillos suenan de fondo, el aire pasando entre las ramas de los árboles y la oscuridad de una noche primaveral en la que se aventura a mostrarse alguna estrella despistada. De nuevo la mañana, el desayuno y el coche, de nuevo el camino a la autónoma y en unos minutos en el cielo.
La mirada fija en una imagen que se va gravando en tu mente de forma irrevocable e inevitable, las piernas sin fuerza y nada que decir, nada que pensar, nada que podamos cambiar. El tiempo nos va arrebatando las victorias logradas para formar parte del recuerdo, que no de el olvido, porque cuando lo recordado pesa lo suficiente ni siquiera el tiempo te permite olvidar. De nuevo la duda de si te escuchará o ha desaparecido para siempre, si podrás decirle esas palabras que tenías pensadas o ya no habrá más tregua, sin palabras que entender ni nada nuevo que aportar. Sólo queda el vacío de todo aquello que fue y que seguirá siendo en nuestro interior, pero nada físico, orejas invisibles y palabras imaginadas.
Salir a la calle y no notar el frío, dolor que no duele y un ambiente cargado, compromisos y numerosas caras que hacía tiempo que no veías, mantener la compostura y pasar el trago, eso es lo que tuve que hacer, y en la situación que nos encontramos ante una pérdida de este tipo. Inesperada, repentina y desgarradora.