jueves, marzo 09, 2006

Desapariciones

Después de un largo día llegaba a casa, dejaba las llaves del coche sobre la mesa de la entrada y se dirigía a su habitación… a cada paso sus músculos pesaban más, el aire al entrar en los pulmones pesaba más, el cuello debilitado por la tensión acumulada pesaba más, incluso las ideas pesaban más de lo usual… en su interior un vacío y en su estómago un nudo, una sensación de ausencia, no de la que hace daño, sino de la que da pena… inevitablemente es pena lo que produce. Tomando perspectiva eso era justo lo que ella necesitaba, sentirse así, sin echar en falta ni tener su mente monopolizada, hacer lo que la apeteciese en vez de condicionar sus acciones por lo que pudiese ocurrir, pero en el fondo estaba triste.
Una tristeza incomprensible, difícil de explicar, incluso de entender. Dejó caer su cuerpo sobre su cama desplomándose como el agua al volcarse una copa y sus párpados se fueron cerrando lentamente hasta que todo se convirtió en oscuridad. Encogió sus piernas acercándolas hacia su pecho, colocando una mano sobre su nuca y dejando la otra muerta, a su ser, ligeramente encogida… pronto la oscuridad se convirtió en infinitas imágenes que se superponían a una velocidad de vértigo, no podía evitar pensar, en realidad era su mente la que tenía vida propia y la tenía atrapada, como si estuviese en un grado de consciencia superior.
Poco a poco se fueron agudizando sus sentidos, podía incluso sentirle acariciándola, besándola… su cuerpo se estremecía, una extraña sensación recorría su interior, le seguía sintiendo. Notaba el palpitar de su corazón en su pecho, cada vez con más fuerza, cada vez más acelerado y no podía parar de pensar en él. Hacía tiempo que no la hacía, que no se sentía así, los recuerdos estaban ya en el camino que une el amor y el olvido, sin duda, era aquello el desencadenante de su tristeza.
Antaño, solía visitar el congelador, acompañarse de una tarrina de strawberry cheese cake y su vieja manta gris, se sentaba en el sofá y ponía su película favorita, la habría visto cientos de veces pero al terminar se seguía sintiendo como la primera vez, quizá era eso por lo que la veía, por el sentimiento de después.
Ahora no tenía ganas de nada, escuchaba la lluvia golpear con fuerza el tejado, y un murmullo uniforme sonaba como una melodía. El frío, la lluvia, la noche, la soledad de una casa vacía, todo ello agudizaba su melancolía. Sin darse siquiera cuenta una lagrima se aventuraba a escapar por el rabillo del ojo y caía despacio por su mejilla, abriendo un canal que llegaba a sus sabanas. Por cada sonrisa una lagrima, a cada beso el caudal crecía. Escuchó su respiración hasta quedarse dormida. Tres horas más tarde se despertaba aturdida. ‘Ésta noche me pondré los zapatos de baile’ pensó, cayendo en el olvido la melancolía.